Detalle
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Uno de mis objetivos al viajar a Leticia, Amazonas, era el encuentro con una anaconda para un estudio fotográfico, una especie de cacería donde utilizaría la cámara fotográfica como dispositivo mágico para atrapar estos espíritus1. Finalmente al indagar, encuentro que el único espacio donde podría ver la serpiente sería en un zoológico2; esto, me resultó paradójico, puesto que en lugar de ver la fauna en su hábitat natural “Amazonía”, la encontré entre rejas.
En el marco de este encuentro fallido, o desencuentro, recordaba las ideas de Berger, quien se preguntaba: “¿Dónde están los animales en nuestros tiempos? ¿Por qué ya no podemos verlos? La respuesta aventuraba que los animales, tal como el hombre los ha conocido y representado a lo largo de milenios, han desaparecido, se han borrado de su horizonte” (Yelin, 2008: 746). Una desaparición que toma impulso en el siglo XIX con el nacimiento del zoo tal como lo conocemos, un espectáculo cargado de evocaciones imperialistas que cosifican al animal y lo reducen a tan solo su representación